viernes, 2 de enero de 2015

LOS CISNES DEL ADRIÁTICO



Pedalear bajo cero puede resultar divertido. Las manos están aún calientes dentro de los poguis, cubiertas solamente con unos finos guantes de lana sin dedos. Los pies hacen lo que pueden con tres pares de calcetines y en la alforja aún están esperando los pantalones térmicos y el abrigo de invierno. Por la noche, la solución de meter un saco de verano dentro de uno de primavera da resultado. La tienda también nos aísla del exterior. Bajo nuestro techo de tela siempre estamos sobre cero y a veces, en mitad de la noche, hasta tenemos que quitarnos capas de ropa. De momento vamos bien, pero hay un nombre que no deja de repetirse en la boca de quienes nos encontramos por el camino; cuando un viento tiene nombre (como nuestros viejos amigos, el Cierzo y el Mistral) es digno de ser tenido en consideración, pero en el caso del Bura, debería tener hasta apellidos. Oriundo de Rusia, reparte su aliento gélido por Europa, cubriendo el continente de un manto blanco. Cuando llega a la costa croata, la masa de aire frío choca con el Velebit y huye ladera abajo cuando lo sobrepasa, surcando la costa con furia. Frane nos contaba que hace unos años el Bura vino huracanado, con rachas de más de 200 km por hora, y en aquella ocasión había visto a una mujer volando por las calles de Split. En el interior, el frío siberiano convierte a los valles croatas en una continuación de la estepa. Cuando pasemos por Gospić tendremos suerte por ver el mercurio sobre cero, pero Danka nos dice que hace pocos inviernos, en ese mismo lugar, se alcanzaron los 29 grados bajo cero,  en la misma época del año. 
Pelete y todo congelado.



Aun cuando allá por Hungría decidimos poner rumbo hacia la costa, todavía considerábamos la idea de adentrarnos por el interior de los Balcanes, quizá recorrer las grandes montañas del parque nacional de Durmitor, pasando previamente por Sarajevo y Mostar. Aunque nos dolía haber perdido la oportunidad (de momento) de conocer Rumanía y Bulgaria, pensábamos que el interior podía ser más auténtico que la turística costa del Adriático, donde la Jadranska Magistrala es una de las carreteras mejor conocidas por los cicloturistas que visitan Croacia. Hacía frío, pero no tanto como para que nuestro instinto de supervivencia, atrofiado por los suaves inviernos en España, se percatara de la urgencia de nuestra decisión. Lo que no esperábamos era encontrar cisnes en el Adriático. 

Diciembre anómalo en Slunj... con nuestro hermano croata, Frane.

Rastoke, el pequeño Plitvice.
Pero aún teníamos que hacer otra parada antes de correr hacia el mar: no podíamos dejar Croacia sin visitar los famosos lagos de Plitvice, posiblemente uno de los lugares más bellos de Europa. Durante el resto del año, hordas de turistas pagan una carísima entrada para hacer las mismas fotos por encima de las cabezas y mochilas de las masas que atiborran el lugar. En invierno la entrada no es tan cara, y más barata aún habría salido si hubiéramos sabido de antemano que poco después de la recepción del parque podíamos haber dejado las monturas en el bosque y haber entrado por los caminos que se abren a mano derecha desde la carretera. Pagamos la entrada al personal más antipático que pueda emplearse en un parque nacional y mientras candamos las bicis vienen a saludarnos una pareja de eslovacos que, casualidades de la vida, son amigos de Jan y Evit, la pareja que nos acogió en Banska Bystrica. También ellos están disfrutando de una luna de miel alternativa, viajando por Europa con su viejo coche, lleno de bártulos, comida, útiles de acampada y bicicletas. Os enseñaría la estampa de los viajeros, pero alguien muy lejos de aquí tiene las fotos y no creo que tenga intención de difundirlas. Después de una hora de cháchara con intercambio de consejos turísticos y no tan turísticos, nos despedimos y bajamos a los lagos. Desde la carretera ya habíamos intuido la majestuosidad de las cataratas y el color turquesa del río Koruna que alimenta los molinos de agua de Rastoke (la pequeña Plitvice). Pero caminar junto a los lagos, dejarse salpicar por los saltos de agua y hacerlo además en absoluta soledad es una experiencia maravillosa. Aún embobados por la belleza del lugar, paramos en el pequeño puerto a orillas de un gran lago, esperando el barco que nos había de llevar hacia la salida. Hacen lo mismo un padre con su hijo, tres japoneses y una pareja de enamorados que, junto con el camarero y más tarde el capitán del barco, somos las únicas personas que quedan allí. Dejo la cámara sobre una mesa, con la intención de ver más tarde las fotos del día, mientras nos comemos una manzana. Pero vemos el barco que ya llega, y con la emoción nos olvidamos la cámara en la mesa. Me doy cuenta en el barco, apenas dos minutos después, y vuelvo corriendo al lugar del delito, donde la cámara ya ha volado. Pregunto a cada una de las personas que antes he citado, pero uno de ellos no me dice la verdad y este año se ahorra el regalo de reyes. Durante los siguientes días no dejaré de darle vueltas a ese momento de estupidez, y muchas noches se repetirá en sueños la misma situación. Le sigue la resignación, hacer dibujos a mano y tomar fotos con el móvil hasta que encontremos una solución.

Rastoke. Plitive era como esto, pero sin casas, más grande, más azul, más asiáticos y más agua :D
Esa noche acampamos en un lugar especial, un bosque especialmente bello dentro del parque nacional, rodeados de blancas piedras recubiertas por musgo. El paisaje comienza a cambiar ligeramente, los bosques de haya y roble ya no son tan densos, y la tierra deja ver su esqueleto pétreo. El camino a Gospić, capital de la región más despoblada de Croacia, nos sorprende por su escasez: no hay pueblos, no hay coches, no hay árboles, sólo pradera y piedra, y sin embargo la montaña es embaucadora, no quiere que la abandonemos por la costa. Cuando llegamos a la ciudad paramos para buscar una Pekarna (pastelería) abierta para almorzarnos un burek de queso. Apoyamos las bicis sobre una pared, y mientras hacemos cuentas para ver si tenemos suficiente dinero, una mujer se asoma por la ventana del edificio sobre el que hemos apoyado las bicis y nos grita algo. Al principio no la entendemos, creemos que se ha enfadado por haber dejado ahí las bicicletas, pero en seguida nos sonríe y nos invita a subir a su casa para tomar algo calentito y comer algo. Así conocemos a Danka.

Nuestra madresita Danka. Preside el café turco.


El haber coincidido en Gospić es pura casualidad, ya que Danka vive en Serbia desde hace más de veinte años, pero ha tenido que volver a esa casa por una desgracia familiar. La cercanía de las fechas navideñas hace aún más difícil la distancia con sus hijos, a los que echa tanto de menos que nos adopta a nosotros por una noche. Nos invita a un burek, nos da de comer y de cenar, nos regala cosas para el invierno, pero el mejor presente es haberla conocido, sentir que ahora tenemos familia en los Balcanes. Gospić, otro lugar marcado en el mapa con una marca especial. 

Velebit. Esa mole es lo único que nos separa del mar.

Ahora ya solo nos separa un muro de la costa, una masa montañosa llamada Velebit, una cordillera que se pliega y se eleva en paralelo al Adriático a lo largo de casi 150 kilómetros, y cuyo paso más bajo se encuentra a mil metros de altitud. Iniciamos un lento descenso, ya acostumbrados a las suaves pendientes croatas, tan distintas de las criminales inclinaciones eslovenas, y nos emocionamos cuando divisamos desde la altura la desértica isla de Pag, el mar, el calor, una nueva etapa en este viaje. Dejamos caer las bicis durante dieciséis kilómetros sobre una carretera tan bien hecha que no hay que tocar ni freno ni pedales. Un nuevo cambio en el paisaje: se acabaron los bosques de frondosas, llegamos al reino de las plantas aromáticas, de los olivos y los naranjos, de los bosques de pino y de encina. ¡Qué diferente nuestra primera noche en la costa! ¡Qué calor pasamos con los dos pares de sacos! ¡Y qué difícil encontrar un lugar plano y sin rocas para acampar!


La gente, una vez más, vuelve a sorprendernos en la turística costa del adriático, donde vemos innumerables letreros de sobe (alojamiento) y campings esperando épocas más propicias. No pasan más de cinco minutos entre coche y coche que saluda, que pita, que nos desea feliz Navidad. En uno de los diminutos pueblos que se encajona en la costa paramos en el supermercado para comprar algo de verdura fresca, pero lo único que tienen es comida preparada, enlatada o chucherías. Sin embargo, no nos marchamos con las manos vacías, ya que mientras descandamos las bicis un hombre se acerca y nos regala un par de tabletas de chocolate. Nos vienen bien para recuperar fuerzas y darnos prisa para llegar a la ciudad de Zadar antes de que cierre todo por Navidad para poder comprar otra cámara, aunque durante los días siguientes acusaremos el exceso de kilómetros. Las ciudades quizá no sean tan amables como los pequeños pueblos costeros, pero sus cascos antiguos son una especialidad: Zadar, Trogir, Šibenik, los Kastela son lugares en los que preferimos perder todo el tiempo que sea necesario. Recuperamos un poco del turismo cultural que en los últimos meses se había limitado sobre todo a turismo natural. 
Zadar.

Zadar.

Por las calles de Trogir.

En uno de esos pequeños pueblos paramos a comer algo el día de Navidad. Son días especiales, y nosotros hemos celebrado la Nochebuena en una cantera abandonada, dándonos el pequeño gran lujo de haber adquirido unos ñoquis y queso de estilo parmesano, a modo de banquete. Estamos sentados en un banco de Pirovac, comiendo cacahuetes y bebiendo el té que guardamos en el termo esta mañana, contemplando la pareja de cisnes que nada junto a los barcos del puerto. Imposible no pensar, no recordar años anteriores, no traer a la memoria a quienes ya no están con nosotros. Imposible no verter un poco más de agua salada al mar.

Nochebuena en la cantera.

Cuando estamos a punto de irnos, se nos acerca el camarero del bar de enfrente, diciéndonos que alguien quiere invitarnos a tomar algo, así que le acompañamos encantados. Zeljko vive a caballo entre Estados Unidos y Croacia. Motero viajero, emprendedor y gran persona, lo que empezó siendo una invitación a un café acaba siendo una proposición para pasar el día de Navidad con su familia, disfrutar de una buena comida, ducha y cama calientes. Al día siguiente, mientras nos invita a desayunar, nos dice que al pasar por Šibenik no dejemos de ir al café Maron, justo enfrente de la estación de trenes, donde con un poco de suerte podríamos vernos otra vez. Aunque no llegamos a verle por poco, allí nos están esperando sus amigos, que nos reciben emocionados con nuestra historia, incluso nos hacen una pequeña entrevista que saldrá en el periódico local. Seguimos nuestro camino, y mientras aún continuamos asombrados por la generosidad de estos eslavos con acento italiano, comiendo los bocatas que nos ha preparado Robert (uno de los amigos de Zeljko), se acerca un hombre a preguntarnos si es verdad que estamos dando la vuelta al mundo en bicicleta y nos da un billete de cien kunas (unos quince euros) ¡diciendo que son para cervezas!

Los pequeños de Zeljko.

Obedeceremos, al menos en parte, a nuestro último benefactor comprando unas Karlovacko en Kastel Luksic, donde Frane tiene una casa que estará vacía en Navidad. Nos dice dónde encontrar las llaves y aquí podemos refugiarnos de la furia del Bura, que deja el temporal más frío en los últimos diez años. Slunj, donde estuvimos hace un par de semanas tomando un café en la terraza, disfrutando del solecito en manga corta, ronda los -20ºC, y Gospic alcanza los -17ºC. Desde la costa observamos las montañas nevadas. 
Recuerdos del Bura desde Kastel Luksic.

Así, casi sin darnos cuenta, se nos acaba el año. Tenemos la impresión de que nuestro tiempo es de la misma calidad que el de Macondo, cuando Úrsula se percató de que ya no era el que fue… las hojas del calendario parece que caen cada vez más rápido, y ya hace ocho meses que salimos de casa. El 31 de diciembre aparece Frane por casa en visita relámpago, y celebramos la Nochevieja disfrutando de una nueva receta, ¡un descubrimiento saber que podemos hacer pizzas con nuestro hornillo y juego de cacerolas! Son quizá las Navidades más austeras, regadas por una botella de vino de dos litros en envase de plástico, jugando a un Carcassonne hecho a partir de una baraja de cartas, caminando dos kilómetros para poder conectarnos de manera gratuita a internet… pero nos sentimos inmensamente ricos. 

¡Carcassone casero! Horas de diversión aseguradas!

Pizzas de hornillo, super cena de Nochevieja :) A ver si salen así de bien en ruta...
¿Es posible que apenas unos días atrás estuviéramos preocupados por una cámara de fotos? ¿Puede alguien sentirse desafortunado por haber perdido algo material cuando recibe tanto bien intangible, tanto cariño, tanto ánimo, tanta ayuda desinteresada? Pensábamos que iríamos a la turística costa, donde el dinero ha sustituido la humanidad. No contábamos con encontrar tanta gente dispuesta a ayudar, a ofrecernos cobijo, a regalarnos un burek o una sonrisa, tantas personas bellas. No sabíamos que podría haber cisnes en el Adriático.


6 comentarios:

  1. Espectacular !! La verdad que le echais valor, con lo poco que nos gusta a nosotros el frio para ir en bici.
    Que mala suerte lo de la camara de fotos, pero es que tiene que ser muy dificil en un viaje tan largo estar siempre alerta.
    Saludos y a seguir así.

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    1. Al frio todo es acostumbrarse y tras tanto tiempo rodando igual es que ya nos hemos hecho ello :)
      La camara... siempre será un mal menor, algo material, algo reemplazable. Y al final es que viajando en bici uno siempre se expone y sabe que tarde o temprano algo acabará desapareciendo.
      Gracias!

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  2. Qué buena pinta tienen esas pizzas!! Y qué clásico lo de la cámara. Yo ya me la he dejado dos veces atrás, y las que vendrán, pero he tenido más suerte al volver a por ella. Me alegro de que por fin estéis yendo hacia el sur, a nosotros nos ha atrapado la nieve cerca de Estambul. Inesperado. Definitivamente, los patrones del tiempo están cambiando... Que sigáis igual de ricos!! ;)

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    1. La gente en general es buena y honesta, la gran mayoria! Lo malo sucede cuando se juntan el despiste y la excepción a la regla. Suerte que la gente seguirá siendo buena y tu cámara seguirá donde la dejaste ;)
      Y eso de camino hacia el sur no se yo... seguimos con la brujula escacharrada y sin rumbo fijo :)

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  3. Joer, me he leido el blog entero del tiron, peazo de viaje, flipante la manera de contarlo, espero la siguiente entrega con impaciencia.
    Saludos desde Albacete y que sigais asi de fuertes animicamente.
    Un abrazo de Alberto (albadurango en Rodadas)

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  4. Leyéndoos qué cobardica me veo. Suerte!!!!

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