martes, 23 de junio de 2015

VIAJE A LA ARKADIA



No voy a decir que celebremos los descalabros, pero tanto confiamos en que lo que mal empieza, bien acaba, que cada vez saboreamos más las desdichas. Decía Marisa, nuestra amiga misionera, que en ocasiones la vida es una olla de agua hirviendo. Si metes en la cacerola un huevo, al cocerse se vuelve duro; pero si cueces una patata, esta se reblandece. Está en nuestra voluntad decidir cómo afrontamos las circunstancias y sabemos que el karma es nuestro fiel compañero de viaje.

Un poco más de cinta aislante aquí... un poco más allá...

jueves, 23 de abril de 2015

¿EN QUÉ MUNDO VIVIMOS?




“Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, tened cuidado, no sea que os consumáis unos a otros”.
Gálatas, 5, 14-15.

Octubre del año 1809. Un joven aristócrata inglés trata de encontrar refugio en mitad de una terrible tormenta que se cierne sobre los montes Pindos, al noroeste de Grecia. Poco tiempo atrás, cuando todavía tenía dinero para pagarse los estudios en la universidad de Cambridge, jugueteaba con el mono que se había traído como compañero de habitación. Un día confesó al macaco que estaba planeando realizar un gran viaje por el Mediterráneo y este le miró con ojillos extraños. Él creyó entender en la mirada del animal que no iba a ser un viaje fácil, menos aún para un hombre cojo, pero le animaba la idea de que la desventura podía ser una fuente de inspiración para su poesía. Lord Byron deambuló por España, Portugal, Malta y Albania antes de perderse en las inmediaciones del monasterio de Zitsa. El poema que surgió de aquella tormenta descansa doscientos años más tarde sobre una placa de mármol. Dave nos ha traído hasta él en nuestro paseo con Tsarli, el perro de Anna y Kostas.

Engendro resultante de mezclar los únicos ingredientes de que dispones: cuscús, palomitas y pipas. Nuestra primera comida en Grecia... ¡Por suerte siguieron otras más deliciosas!

martes, 3 de marzo de 2015

VENCER EL MIEDO AL MIEDO



“Lo que has hecho se convierte en la vara con la que juzgarte sobre lo que harás, especialmente desde la perspectiva de los otros. En cambio, cuando viajas eres lo que eres en ese momento. Las personas no conocen tu pasado como para reclamarte algo. No hay “ayer” cuando estás en la ruta”.  
 William Least Heat-Moon (1931-   ), viajero y escritor americano.


Hace tres años no era un ser humano. El miedo me paralizaba y la ansiedad me carcomía. Al principio sentía los nervios lógicos de acudir por primera vez a un lugar desconocido, pero la bestia se alimentaba de mi inseguridad; creció y se convirtió en un monstruo que devoró mi alma. Como un robot, solo era capaz de frecuentar sitios que me fueran familiares. El último que pude conocer fue la Biblioteca Nacional de España, donde la baja iluminación y la escasa afluencia me hacían sentir cómoda. Pero al cabo del tiempo se me hizo insoportable que cada día me asignaran una mesa distinta, y en pocas semanas fui incapaz de levantarme de mi butaca para solicitar nuevos libros, así que dejé de acudir, aun cuando no había terminado mi trabajo allí. Entonces me refugié en casa, que ni siquiera podía sentir como propia. Por aquella época Gabi y yo andábamos buscando una oportunidad para construir una nueva vida alejada de Las Rozas, donde habíamos compartido piso con un compañero suyo durante un tiempo. Hasta que surgiera algo nuevo nos habíamos instalado en casa de su madre, en las afueras de una urbanización residencial. Solo para ir a comprar el pan había que caminar durante quince minutos, no existía ningún tipo de contacto entre vecinos y para llegar a mi biblioteca era necesaria una hora y media de transporte público. Poco a poco dejé de ir a Madrid, no soportaba el peso de las miradas de los extraños cuando entraba al autobús. Ni siquiera intentaba buscar un asiento vacío, me arrinconaba donde menos pudiera molestar y esperaba a que todo el mundo bajara del bus cuando llegaba al intercambiador de Moncloa para que nadie me viera apearme. Pero el trayecto hasta la parada era cada vez más insoportable: me pesaban las piernas, me temblaban y dolían las articulaciones, un nudo asfixiaba mi garganta cuando buscaba el bonobús entre los bolsillos porque estaba haciendo perder el tiempo tanto a las personas que esperaban para subirse como al conductor. Cuando el bono se acababa no cogía el bus por miedo a pagar en metálico y que las monedas se escurrieran entre mis dedos. Así, dejé de encontrar sentido a salir de casa y exponerme a un mundo de miradas inquisitivas, donde yo solo era un estorbo en la rutina de los demás.


domingo, 22 de febrero de 2015

AVASH AVASH



Nos da mucha pena nuestro ladrón. Solemos dejar las bicis aparcadas en la plaza principal, rodeadas de gente. Pero a las nueve de una mañana heladora, nadie camina por las calles de Cetinje. Nadie excepto el personaje avispado que abre la bolsa del manillar de una bicicleta cargada de bultos, seguramente con la esperanza de encontrar un buen botín. Tiene apenas unos segundos para efectuar la maniobra antes de que alguien le vea, pero la faena tiene buena pinta: agarra un par de fundas de gafas y debajo de ellas encuentra una petaca con rakja. Piensa que hoy es su día de suerte, va a sacar un buen dinero vendiendo las gafas y lo celebrará con un trago. Lo que aún no sabe el pobre ladrón es que una de las fundas está vacía porque Gabi prefiere meterse las gafas en el bolsillo como paso previo a perderlas o espachurrarlas; tampoco se imagina que dentro de la otra funda guardamos parches y pegamento para los pinchazos; y tampoco tiene por qué imaginarse que la petaca es un regalo del que ya hemos dado buena cuenta. Cuando volvemos de la visita al monasterio ortodoxo y evaluamos las pérdidas, solo lamentamos la pérdida del regalo (aún tardaremos dos semanas en percatarnos de que nos faltan las fundas). Dicen los bereberes que si alguien toma lo que no es suyo no hay que achacar la culpa al ladrón, sino al antiguo propietario, por no haber sido más responsable con sus posesiones.

Disfrutando el paisaje invernal.


viernes, 30 de enero de 2015

LA CHISPA



Dos meses deseándote y solo dos semanas para aburrirme de ti. Querida costa croata, querida Dalmacia, has vendido tu belleza al extranjero, has perdido autenticidad por hacer negocio, has revitalizado tus raíces traicionando tus frutos. No es culpa tuya, has hecho lo que creías correcto, pero no eres para mí. Estoy cansada de tus aguas turquesas, tus acantilados ya no me impresionan, no tengo interés en zambullirme en tus calas. Las mandarinas se marchitan en las ramas, ¿por qué no me dejas disfrutar de tus olivas? Mi querido mar, no eres tú, soy yo. No puedo pretender ser un animal de agua salada, cuando soy un pez de agua dulce. No soy sirena, sino salmón.

Vista del Adriático

viernes, 2 de enero de 2015

LOS CISNES DEL ADRIÁTICO



Pedalear bajo cero puede resultar divertido. Las manos están aún calientes dentro de los poguis, cubiertas solamente con unos finos guantes de lana sin dedos. Los pies hacen lo que pueden con tres pares de calcetines y en la alforja aún están esperando los pantalones térmicos y el abrigo de invierno. Por la noche, la solución de meter un saco de verano dentro de uno de primavera da resultado. La tienda también nos aísla del exterior. Bajo nuestro techo de tela siempre estamos sobre cero y a veces, en mitad de la noche, hasta tenemos que quitarnos capas de ropa. De momento vamos bien, pero hay un nombre que no deja de repetirse en la boca de quienes nos encontramos por el camino; cuando un viento tiene nombre (como nuestros viejos amigos, el Cierzo y el Mistral) es digno de ser tenido en consideración, pero en el caso del Bura, debería tener hasta apellidos. Oriundo de Rusia, reparte su aliento gélido por Europa, cubriendo el continente de un manto blanco. Cuando llega a la costa croata, la masa de aire frío choca con el Velebit y huye ladera abajo cuando lo sobrepasa, surcando la costa con furia. Frane nos contaba que hace unos años el Bura vino huracanado, con rachas de más de 200 km por hora, y en aquella ocasión había visto a una mujer volando por las calles de Split. En el interior, el frío siberiano convierte a los valles croatas en una continuación de la estepa. Cuando pasemos por Gospić tendremos suerte por ver el mercurio sobre cero, pero Danka nos dice que hace pocos inviernos, en ese mismo lugar, se alcanzaron los 29 grados bajo cero,  en la misma época del año. 
Pelete y todo congelado.