jueves, 14 de agosto de 2014

DÍAS DE BOHEMIA

    Al fin hemos vuelto a las montañas, después de unos días que se nos hacen eternos en Alemania siguiendo el río Isar (a mis enemigos no les deseo ningún mal, pero ojalá algún día desperdicien sus vacaciones recorriendo el Isarradweg). La República Checa tiene mucho que ofrecer, así que a lo largo de las próximas semanas daremos unas cuantas vueltas tontas de estas que caracterizan nuestra ruta para disfrutar de paisajes y pueblos con nombres de tinte épico. Entramos a Chequia por el parque nacional de Šumava, en la región de Bohemia. Dos bancos en medio del camino y un pequeño cartel delimitan una de tantas fronteras invisibles que dividen Europa. En el portamapas de la bolsa del manillar, cuatro palabras y frases básicas en checo.



    Ascendemos unos pocos kilómetros más por esta montaña de pies alemanes hasta que llegamos a  Železná Ruda, primer pueblo checo que encontramos tras la frontera, un destino turístico para alemanes y checos amantes de la montaña tanto en verano como en invierno. Aquí compramos nuestro primer pan de kilo y medio por un euro (25 coronas), que será nuestro alimento básico durante las siguientes semanas, pero no nos detenemos demasiado en busca de algo más auténtico que un puesto fronterizo donde abundan los prostíbulos, la venta de alcohol y las tiendas de artesanía checa made in China.




    Para aquellos de vosotros que estéis buscando un destino para vuestras próximas vacaciones estivales, sobre todo si no os importa mojaros y amáis la micología (las setas, para los de la LOGSE), Šumava puede ser el paraíso. Existen docenas de vías ciclables a lo largo de bosques y lagos para todos los niveles y sobre todos los terrenos posibles, el alojamiento barato y la acampada libre, aunque prohibida, es factible. Otra opción es dejarse caer por aquí y pasar un buen rato en las increíblemente bien equipadas oficinas de turismo diseñando los mejores itinerarios en función de lo que se quiera ver o, simplemente, dejarte perder por sus numerosos e imprevisibles caminos. Nosotros disfrutamos de lo mejor y de lo peor de esta última opción, sumergiéndonos literariamente en  hayedos y literalmente en bancales de barro, bañándonos y bebiendo de estos ríos de aguas rojas, las venas de Šumava. Dentro de los Cyclostrasa, la ruta 33 es especialmente recomendable, la que discurre el canal de Schwarzenberg estuvo a punto de devolvernos a Austria sin darnos cuenta y la Eurovelo 13, la Ruta del Telón de Acero, debía llamarse del telón de piedras por momentos. Es todo tan bonito que, por una vez, la lluvia incesante no lleva aparejada la consabida crisis existencial por mi parte. Lo único que lamentamos profundamente es no saber de setas, máxime después de haber pernoctado en un campo de boletus, comiendo unos macarrones con tomate mientras pensamos si podríamos comernos el delicioso bocado que tenemos enfrente.


    Nos salimos del parque para ir a visitar Vimperk, que en nuestro mapa posee el reclamo de tener un castillo que resulta ser poco más que una casa grande. Esta visita es una de las pocas decepciones que tendremos en la República Checa, agravada por el terrible momento de impotencia que sufrimos cuando nos compramos una cerveza (la primera desde Francia) y se rompe la lata cuando se cae al suelo. Para un capricho que nos damos y nos la tenemos que beber deprisa, a las tres de la tarde y en el aparcamiento de un supermercado. Y por si fuera poco, la falta de costumbre nos provoca una melopea considerable. Hago el juramento, que no podré cumplir, de que jamás volveré a beber cerveza a mediodía al tiempo que me atropello un pie con mi bicicleta de 40 kilos. Y tampoco podemos esperar a que se nos pase la borrachera, porque Gabriel ha visto en el cuentakilómetros que son las cinco y media de la tarde, aunque esta hora se convierte por arte de magia en las tres y media cuando llegamos a lo alto de la colina que alguien colocó con muy mala baba entre Vimperk y Prachatice. Es lo que tiene la cerveza checa, que te hace viajar en el tiempo. Prachatice nos quita el amargor de Vimperk y volvemos a disfrutar de un casco antiguo en lugar de viejo, con sus particulares casas pintadas. Con todo, echamos de menos los bosques, donde puedes satisfacer tus necesidades sin que te cobren entre 4 y 15 coronas.
Casa pintada en Prachatice
Eurovelo del Telón de Acero

     Siguiendo la ruta 12, que acompaña al río Vltava desde Vyšší Brod hasta Český Krumlov, la lluvia nos da un respiro y el sol no nos da tregua. Son días calurosos en los que aprovechamos para acampar en praderas y pastos para secar todo el material, y donde descubrimos para qué sirven las pinzas que vienen dentro de la navaja multiusos que nos regaló Albert en Suiza: son ideales para quitar garrapatas. Como siempre, yo me llevo la palma con cuatro bichos chupasangre en mis piernas, aunque Gabriel mantiene que la suya puntúa doble porque la tuvo agarrada en los arrabales de las zonas más sensibles.

 Český Krumlov
České Budějovice
Castillo de Hluboká 

     Se suceden los días de turisteo masivo y castillos (preciosos los de Český Krumlov y Hluboká nad Vltavou), de empujar la bici entre manadas de asiáticos cámara en mano y de que nos hierva la sangre por el trato a los animales tras ver demasiada afición a la taxidermia, numerosos zoos, cornamentas de cérvidos por todas las fachadas e incluso un oso malviviendo en el pequeño foso del castillo de Český Krumlov.
Desde Český tomaremos el camino hacia el norte, donde nos espera la familia Tvrzník en Kolín, cerca de Kutná Hora. El paisaje ha cambiado, y ahora parece más Castilla que Centroeuropa. Paramos en la peculiar ciudad de Tábor, a orillas del lago Jordán, donde volvemos a aprovechar los precios bajos para darnos un capricho y volver a tropezar con la misma piedra: unas pizzas y un par de jarras de cerveza nos dejan K.O. para continuar la jornada, aunque de muy buen humor. Los continuos subibajas (en un día contamos 1.000 metros de desnivel acumulado en tierras bajas) aceleran el proceso de asimilación del alcohol y para la tarde podemos continuar nuestro camino con normalidad.
Una y no más. Hasta la próxima.


    Después de dos semanas en la República Checa nos sentimos expertos. Ya sabemos qué es lo que vuelve loco a un checo: los trajes de camuflaje, coger setas y moras en los bosques, comer zmrzlina (helado), patinar y tomar el sol en bikini cuando llueve y hace frío. Y, por supuesto, tomar una cerveza fresquita en una terraza, con lo que no podemos estar más de acuerdo. 

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