domingo, 6 de julio de 2014

ROUTE BARRÉE



    Ni siquiera teníamos pensado pasar por Grenoble, pero el amigo de Sylvain es mecánico de bicis y nos puede echar una mano con algunas dudas, así que finalmente decidimos hacer noche aquí. Pero lo que iba a ser solo una noche se convierte, por causas de fuerza mayor, en una semana. Mis rodillas arrastran un problema desde hace kilómetros y con la subida a Vercors terminan por colapsar. El dolor es intenso al pedalear y prácticamente me impide caminar. Descansamos un par de días con la ilusión de que mejore la cosa por arte de magia, pero el milagro no ocurre esta vez. Así que tenemos que recurrir a eso que se paga con la esperanza de no tener que utilizarlo: el seguro médico que contratamos antes de salir. Nos volvemos un poco locos, pero finalmente funciona rápido y para el día siguiente a primerísima hora ya tenemos cita con el médico. Tras un breve sobeteo me diagnostica lo mismo que le dice a la mitad de los esquiadores que acuden a su consulta en invierno: condromalacia o síndrome rotuliano. En términos médicos significa una inflamación del cartílago que está debajo de la rótula. En términos profanos, es un dolor de rodillas de origen incierto y cura insegura. Las radiografías que me hacen ese mismo día por la tarde confirman que no hay nada grave, pero la médica considera que es necesario que empiece de inmediato con fisioterapia. El problema es que quien decide es el que paga. Es viernes y hasta el lunes los médicos de Mapfre no emitirán el veredicto. Mientras tanto, mucho voltarén (que, por supuesto, no hace nada). En la casa donde nos estamos quedando nos dicen y repiten que podemos estar allí el tiempo que sea necesario, pero la médica ha dicho que necesitaré al menos 20 sesiones de fisio y el asunto no pinta nada bien. Los días pasan y el dolor aumenta. Cuando les contamos cómo funciona el seguro, la novia de Gabriel, la persona que nos aloja, nos recomienda que dejemos a un lado la medicina convencional y que visitemos a un amigo suyo, osteópata, que vive en su pueblo. Sin nada que perder, cogemos el bus y en una hora este gran hombre me está recolocando ambas articulaciones. Después de un reconocimiento integral de la postura corporal, se percata de que el problema es que se han desviado los meniscos, así que me retuerce las dos rodillas hasta que vuelven a encajar. Suena doloroso. Lo es. Pero en cuanto cesa el dolor por la agresiva intervención, la rodilla izquierda está completamente curada y la derecha tardará pocos días más en estar en perfectas condiciones. Además, por ser amigos de Salomé, no quiere cobrar la consulta. Un ángel más que sumar a la lista de gente maravillosa que encontramos por el camino. 

El Mont Blanc al fondo.


    Dejamos reposar las rodillas un día más y el domingo, debajo de una buena tormenta, nos ponemos en marcha. Me siento con tanta fuerza que vamos a cruzar a Suiza a través de los Alpes, por el camino de Chamonix. Queremos dedicarles la etapa a los chicos de Slow ciclando, que tuvieron que cambiar de ruta para proteger las rodillas de Alessandra. Además, optando por esta dirección podemos pasar a visitar a Maki, la mujer de Sylvain, que está pasando unos días en Megeve para ayudar a abrir un nuevo restaurante de comida japonesa. 


Pequeños caminos para buscar los mejores lugares para acampar.

Cuando estábamos en Grenoble pasamos largo tiempo comprobando rutas, mapas y perfiles para diseñar la mejor opción, tratando de mimar mis rodillas a la par que disfrutamos del ascenso. Pero estos días, dos palabras francesas se nos graban a fuego: Route Barrée, que significa carretera cortada. ¡Ay, amigos! Que es verano y eso significa operación asfalto. Finalmente, no hacemos nada más que un 5% de lo que teníamos previsto, ascendemos puertos imposibles, carreteras desastrosas, desniveles desmesurados. Lo que aún no entiendo es cómo puede gustarnos tanto sufrir.



Por el camino, vamos parando en tiendas de montaña (por aquí hay unas cuantas) buscando un líquido para impermeabilizar la tienda, que últimamente no llega a tener goteras, pero nos forma charcos en el suelo. Pobres de nosotros, no sabíamos lo que nos esperaba. Pasado Chamonix, encontramos un lugar de ensueño para acampar en un bosque que atraviesa una vía verde y con vistas al Mont Blanc, que muestra toda su belleza sin pudor en un día completamente despejado. Aprovechamos que hace buena tarde para impermeabilizar todo lo que podemos de la tienda. En la etiqueta del producto dice que es ecológico, pero esto no significa que no sea tóxico. Por la noche, empiezan los primeros síntomas. Gabi tiene dolor de tripa y unas ligeras náuseas. Pero yo voy directamente al grano y empieza la vomitona, que se prolongará durante toda la mañana del día siguiente. Mi cuerpo ni siquiera admite el agua, y nos quedan por delante dos puertos, de unos 1.500 metros cada uno, para cruzar a Suiza. 



    A mediodía arrastro la bici como buenamente puedo hasta el pueblo siguiente y tratamos de hacer autoestop. Media hora después no le hemos dado pena a nadie, así que decidimos avanzar un poquito más y probar suerte a la salida del pueblo, pero apenas avanzamos unos metros cuando los ocupantes de una furgoneta nos gritan desde una gasolinera. Son unos polacos medio locos que nos han visto más abajo pidiendo auxilio, y que ahora nos ofrecen ir con ellos hasta la misma Polonia. Por un momento nos pensamos aceptar el ofrecimiento, pero finalmente nos conformamos con que nos dejen en Suiza. Ellos nos dicen que van a parar en Lausana, lo que nos viene de perlas puesto que nos están esperando en Vevey, a unos pocos kilómetros de la ciudad. La pasamos de largo, pero pensamos que los polacos están buscando una salida de la autopista. La encuentran, pero de nuevo siguen adelante, así que cuando empezamos a ver señales para Friburgo, donde supuestamente también iban a parar, les decimos que nos suelten en cualquier momento, que ya estamos a 40 kilómetros de donde debíamos estar. 


Abajo, en el valle, Martigny (Suiza)

    Al fin nos ponemos de acuerdo y deshacemos en bici lo que habíamos hecho en furgoneta. Pero merece la pena, nos espera la familia de Luc y Val, que acaban de volver hace apenas tres semanas de su propio tour mundial y aún están aterrizando. Me atrevo a tomar algo de comer durante la cena por primera vez en todo el día, y los licores que nos sacan de postre terminan por matar cualquier organismo extraño que quedara en mi interior. 

Familia de Luc y Val en Vevey.


    Al día siguiente bordamos la tontería de la semana y regresamos casi al mismo punto donde nos dejaron los polacos para encontrarnos con otros amigos de Sylvain (sí, de nuevo Sylvain) en Romont. Decidimos no tomar la carretera por donde hemos venido y seguir la ruta ciclista número 9, que atraviesa Suiza por la zona de lagos de Oeste a Este. Nos tememos lo peor cuando Luc nos dice, muy serio: “he seguido vías ciclistas en más de treinta países y puedo aseguraros que en Suiza es imposible perderse”. A 10 kilómetros de su casa, de nuevo un letrero que nos resulta familiar: “Route barrée”. Damos un rodeo, nos emocionamos con una bajada larga y, cuando queremos darnos cuenta, hemos perdido de vista la ruta 9. Supongo que tiene mérito. De todas formas, continuamos por la carretera, que en este país es una delicia: la gente es tremendamente educada y los conductores son respetuosos en extremo. Y cuando más feliz estoy, cuando más estoy disfrutando de la salud de mis rodillas, de la belleza del paisaje y de mi bonanza estomacal… me pica una abeja en un dedo de la mano derecha, de modo que escribo esta entrada con nueve dedos y una morcilla. ¡Espero que la suerte vaya mejorando!

No hay comentarios:

Publicar un comentario