viernes, 13 de junio de 2014

HAY UN TOPO ENTRE NOSOTROS



    Cuando estás cerca de Millau tienes la opción de ir a visitar el viaducto más grande del mundo. Pero estamos seguros de que para cuando lleguemos a China, allí habrán construido otro mayor, así que dejamos tan valioso reclamo turístico a un lado, un hito más en la historia de la lucha del hombre contra la naturaleza, y en lugar del puente visitamos la casa de Hélène y Olivier en Prailhac. Y es una buena elección: con ellos pasamos dos días en los que aprendemos acerca de jardinería y medicina natural, construcción de casas, cocina y humanidad. No está mal. Olivier nos aconseja no dejar pasar la ocasión de subir a la Causse Mèjean (la más alta y extensa meseta de Francia) para ver unos animales que están en grave peligro de extinción. El ecosistema de la Causse, por encima de los 1.000 metros de altitud y cubierta de praderas peladas de árboles, es el ambiente más parecido a Mongolia que encontraron los biólogos para salvar de la extinción a los caballos de Przewalski, la única especie de caballos salvajes del mundo. A pesar de que esta raza de caballos es los que aparece representada en las cuevas de Lascaux, según afirman los expertos, los caballos salvajes fueron forzados a emigrar hacia el Este a causa del y el cambio climático. Su redescubrimiento en Mongolia en 1879 no les hizo ningún favor, ya que empezaron a ser víctimas de la caza masiva, desollados o enviados a zoos europeos. La domesticación masiva estuvo a punto de hacer desaparecer a los caballos en estado salvaje, tanto que el número de ejemplares reproductores a mediados del siglo XX apenas pasaba de una docena. Es más, el último avistamiento de un caballo de Przewalski en libertad ocurrió en 1966 en el desierto del Gobi. En el año 1990 nació la asociación TAKH para reintroducir en Mongolia los caballos que vivían en los zoos de Europa. Después de tantos años en cautividad, los animales necesitan de un periodo de aclimatación, que se lleva a cabo en el municipio de Le Villaret, dentro del parque nacional de Cévennes. Aquí aprenden a desenvolverse por sí mismos, de nuevo forman manadas y la selección natural vuelve a funcionar. Actualmente, unos 30 individuos viven en semilibertad en Le Villaret. La población mundial de estos caballos ascienda ya a 1.872, incluyendo a los más de 300 individuos que han sido reintroducidos gracias a programas como el TAKH. 

Junto al árbol y a la derecha, dos caballos de Przewalski.


    Puede ser que ver dos caballos en lugar del viaducto más grande del mundo no sea gran cosa para algunas personas, pero para nosotros es algo emocionante. Algo así debieron pensar los ocupantes de los coches que pararon en el mismo lugar que nosotros junto a la carretera que asciende a la Causse. Se bajaron todos los ocupantes de los coches, nos preguntaron cuatro cosas y nos pidieron que siguiéramos subiendo nuestras monturas por la pendiente mientras ellos nos grababan en vídeo. Al menos nos podían haber dado unos cacahuetes.
    
    Me siento identificada con la Meseta: es de una belleza difícil de explicar y comprender. Apenas hay árboles, no se ven montañas ni valles, la vegetación es simplemente arbustiva, pero tiene algo especial. El hecho de que no haya limacos que nos llenen de babas la tienda de campaña también ayuda a amarla. El segundo día ya hemos entablado con ella una relación amor-odio debido a un viento de cara que nos obliga a disfrutar de la meseta más tiempo del previsto. El descenso a Florac lo hacemos por una carretera sobre la que reza una advertencia: “Ruta difícil y peligrosa”, y ciertamente es así para los vehículos a motor, que tienen que evitar dejarse llevar por la fuerza de la gravedad en las pendientes del 15%. Por la mañana descendemos medio kilómetro en vertical que tenemos que volver a subir por la tarde si no queremos quedarnos a vivir en el parque nacional, y lo hacemos a través de la Carretera de las Cornisas hasta el Pompidou. Una vez aquí, descendemos por el valle del Gard, sin ser plenamente conscientes de que estamos dejando atrás una parte hermosa de Francia.


Valle del Gard

    Acabamos de darnos cuenta de que estamos en verano. De repente, el calor es sofocante, hay mosquitos por doquier y la necesidad de agua se manifiesta con fiereza. Estamos en Nîmes, clima mediterráneo: en un par de días hemos cambiado la Mongolia francesa por la Roma gala. El festival de Nîmes nos ofrece exóticos espectáculos: toros, churros, paella y flamenco. Lo que ya no oferta con tanta alegría es una fuente que funcione, de modo que tenemos que buscar un cementerio para encontrar agua (y ya de paso darnos una ducha furtiva, sin que a los que allí descansan les importe demasiado) o cogerla directamente de una acequia. El tamagochi nos dice que estamos a 46,5ºC, así no se puede pedalear, tenemos que pararnos un par de horas largas a mediodía para no derretirnos en el intento. Incluso llegamos a replantearnos la etapa del día, los quince kilómetros que nos separan de la playa en la Camargue parecen insalvables. Sin embargo, no hemos venido hasta aquí para oler el mar de lejos, y en menos de una horita ya estamos en el pueblo donde se reúnen una vez al año todos los gitanos de Europa, Saint-Marie de la Mer. Dejamos atrás las arenas más turísticas y volvemos a entrar en un parque natural, esta vez similar a las marismas de Doñana. Disfrutamos de un rico baño en el mar en pelotillas (no me cansaré de enumerar los notables beneficios de esta modalidad) y acampamos cerca de la orilla, después de arrastrar la bici medio kilómetro por la arena.


Las dunas han invadido la vía ciclista que rodea la Camargue


    Por la noche empiezan los problemas. El hornillo deja de funcionar mientras una horda de mosquitos tigre decide que nosotros seamos su cena. Gabi se afana en limpiar bien todos los conductos, pero el cacharro no tira. Dejamos en un tuper el arroz con lentejas y mañana será otro día, hoy cenamos fruta. Pero mañana tampoco funciona. Gabi dedica un par de horas completas para limpiarlo en profundidad, comprueba todas las juntas, lo desmonta y lo vuelve a montar varias veces… nada. Leemos una y otra vez las instrucciones. Lo primero que dicen es que si hay algún problema, hay que comprobar que el inyector de fuel sea el correcto para el tipo de combustible utilizado. Y, efectivamente, casi dos meses después, nos damos cuenta de que hemos estado usando el de keroseno en lugar del de gasolina. Problema resuelto: quince horas después, nos comemos el arroz con lentejas.

Maison Carrée, en Nîmes

    En este departamento, que es el equivalente a las comunidades autónomas en España, acampar no es nada fácil. No hay apenas bosques y tenemos que conformarnos con montar la tienda en campos de cultivo sin labrar. Aunque sea un campo situado a pocos metros de una torre militar. El lugar está repleto de todo tipo de animales, de dos, cuatro, seis y ocho patas. Por la noche, a alguien le suenan las tripas. Al principio nos reímos, hasta que comprobamos que no son las cañerías de nadie. Algo suena por debajo del suelo de la tienda y tardamos un buen rato en descubrir lo que es… hay un topo entre nosotros. Como un par de bobos, tratamos de reconducir al topillo palpando el suelo y colocando brazos y piernas en la dirección correcta. Así pasamos buena parte de la noche. A la mañana siguiente nos cercioramos de no haber provocado ningún desperfecto en la topera, mientras arañas y tijeretas nos hacen echar de menos las babosas. Cerca de Avignon elegimos otro campo sin labrar privilegiado. Un lugar tan especial que a las tres de la madrugada nos despertamos a causa de un olor nauseabundo, como a animal muerto, que nos lleva a pensar en empezar directamente la jornada bajo las estrellas. Logramos reconciliar el sueño con las arcadas y al día siguiente desafiamos de nuevo el calor para llegar a la ciudad papal, donde Gabi va a reencontrarse con un viejo amigo.

El rickshaw de Monika y Heiner
    Finalmente, hemos llegado antes de tiempo y mientras esperamos a que sea la hora de la cita con David, conocemos una familia peculiar: Monika y Heiner han venido desde Alemania en bici con sus tres hijos (el más pequeño de 9 meses)… todos en la misma máquina. Es una especie de triciclo de cinco plazas, accionada por los dos adultos y con una bici infantil en la parte de atrás. Cualquier cosa es posible en el mundillo de los cicloviajeros. Muy pronto se hacen más populares que el Palais des Papes y atraen la atención de todos en la plaza. Intercambiamos nuestras direcciones y vamos a encontrarnos con David, que nos tiene preparados tres días de reposo, durante los cuales disfrutamos del 5-1 que le regala la selección holandesa a la española, para cachondeo de todos los franceses con los que hablaremos después.
 
Palais des Papes, Avignon.


No hay comentarios:

Publicar un comentario