miércoles, 4 de junio de 2014

A las 6:30 el petit-dejeneur

    Nunca hay que dar nada por sentado. Normalmente nos organizamos pensando en pedalear durante una semana, más o menos, y buscar alojamiento en una casa a través de la red de ciclistas hospitalarios, Warm Showers. Lo ideal es descansar un par de días, reponer fuerzas, lavar la ropa, cocinar cosas ricas, aprender y compartir. Cuando dejamos atrás la casa de Pierre y Stèphanie, escribimos a una conocida suya que vive en Montauban para que nos acogiera uno o dos días, y la respuesta fue positiva. Fue una semana dura, bien pasados por agua. Los aguaceros que nos cayeron esos días eran de los que te dejan los pies mojados y el frío metido en los huesos durante las siguientes jornadas. Ya que íbamos a descansar en Montauban, no nos importó dar un rodeo en esas condiciones para visitar Moissac y los pueblos de alrededor que tuvieran nombres sugerentes. Incluso tomamos un trozo de canal, a pesar de que los encontramos aburridos y monótonos (pero hay que probar de todo). 




    Nuestra anfitriona nos había dicho que no llegaría hasta tarde a su casa, y menos mal porque nos perdemos dando vueltas por Montauban. Cuando estamos cenando, nos percatamos de que no habíamos sido muy claros en la solicitud, y que sólo íbamos a poder quedarnos esa noche, por lo que no habría día de descanso ni podríamos lavar la ropa. Pero es que además nuestra anfitriona entra a trabajar muy prontito. Nuestra cara es un poema cuando nos dice que quedamos a las 6:30 para tomar el desayuno. Una hora después ya estamos en la calle, bajo una buena tormenta, sentados en la entrada de un banco que aún no ha abierto, decidiendo qué hacer con nuestras vidas. Justo cuando el ánimo empieza a flaquear, se nos acerca un hombre de rasgos indios, atraído por nuestras bicicletas cargadas de bultos. Resulta ser un entusiasta de los viajes en bici, aunque jamás ha hecho ninguno. Ha devorado libros y relatos blogueros de otros viajeros, que han llenado su imaginación con parajes y gente extraordinaria. Pese a la lluvia y al cansancio, nos devuelve las ganas de continuar la ruta que nos habían recomendado Pierre y Stèphanie, aquella que atraviesa los llanos del Tarn y Garonne, y que remonta el valle del Lot dirección Conques.



    El mal tiempo nos acompaña, y las nubes descargan con fiereza sobre nosotros. El cansancio acumulado, el olor de la ropa sucia y mojada, las molestias musculares, la perspectiva de tener el siguiente warmshower a 400 km… provocan el surgimiento de pensamientos negativos. Discutimos entre nosotros por auténticas nimiedades. Aunque a través de las palabras que aparecen en este diario pueda supurar un aire idílico, viajar en pareja dista mucho de ser pura armonía y comprensión. Cuando discutimos, no puedo irme a leer mientras Gabi se queda viendo la tele; él tiene que seguir pedaleando detrás de mi petate, o yo tengo que continuar persiguiendo el aroma de sus calcetines pestilentes. Ambas partes tenemos que hacer un esfuerzo por restaurar la normalidad y el buen humor de los días anteriores pero una vez dentro de la espiral de negatividad, es difícil salir de ella. Decidimos hacer una excepción y pagar por un camping en Figeac, con la esperanza de que un poquito de comodidad y una ducha calentita sirvan de algo. Por la noche alcanzamos el punto álgido de la crisis.


    Voy a contar lo que ocurrió con Chi para aquellos que sigan nuestras historias desde hace poco tiempo. Gabi y yo somos pareja desde hace unos cuatro años. No tenemos críos, pero hace tres años adoptamos un gato (yo le llamo Chi, Gabi le llama Cuqui). Debido a que yo pasaba mucho tiempo en casa dedicado a la tesis doctoral, mi vínculo con este animal es muy fuerte, los que han conocido a Chi lo saben bien. Cuando nos planteamos hacer este viaje, decidimos dejar a Chi con la madre de Gabi, que tiene otros cuatro gatos más, y todos ellos entran y salen cuando quieren de la casa para ir al campo que tienen al lado. Hay gatos que son muy caseros, pero Chi adora la calle, de modo que preferimos esa opción, que viviera feliz corriendo detrás de los bichos del monte aun a riesgo de que un día no volviera a casa. Y eso fue justamente lo que pasó. Un mes antes de empezar este viaje, la madre de Gabi nos llamó para decirnos que Chi llevaba unos días desaparecido. A día de hoy seguimos sin saber dónde está. Esta noche en Figeac no puedo parar de pensar en él. Me martiriza la idea de que hemos rehuido nuestra responsabilidad para salir de viaje y que la consecuencia ha sido perder a nuestro niño. Desde este punto de vista, esta aventura no puede compensar, es demasiado lo que hemos sacrificado para estar aquí. Me quedo dormida con el saco de dormir empapado en lágrimas. Volver a casa ahora no me va a devolver a Chi. Si no cambio la actitud, entonces será cierto que nada de esto habrá merecido la pena. El dolor sigue ahí, y ahí seguirá estando durante una larga temporada (Sabina dijo bien 19 días y 500 noches). Afuera, la lluvia continúa.



    Pero junto a mí, más cerca y más real que cualquier conjetura, está durmiendo Gabriel. Por él, y también por mí, desconecto del círculo vicioso. La mañana siguiente aparece nublada, pero de repente me parece que hace un día precioso. Si la ropa huele mal, ya se lavará; si la tienda está mojada, ya secará; si hay que subir montañas, la vista desde arriba seguro que es hermosa: de nuevo es el primer día de nuestro viaje, y con esa ilusión despierto desde entonces cada mañana. Regresamos al Lot y comenzamos la ascensión a la meseta de Sauveterre y, de repente, lo que sobre el papel parecía tan terrible, se hace poquito a poco y además con placer. El paisaje se ondula y las laderas se retuercen en torno a los cauces. Estamos en una región de grandes mesetas y espectaculares gargantas, que disfrutamos subiendo, bajando y recorriendo. Ya no importa llegar cuanto antes a Prailhac para encontrarnos con nuestro próximo warmshower: los grillos emiten cantos de sirena y la tierra nos acoge en su seno. Los últimos lugares que encontramos para acampar son sencillamente preciosos: un campo de menta la penúltima noche y el nacimiento del Aveyron la víspera. Los kilómetros van cayendo solos cuando no se tiene la mente puesta en el objetivo final, y decidimos dar un rodeo para conocer un lugar cuyo nombre es evocador: Point Sublime. La Gorge du Tarn queda a nuestros pies y no nos resistimos a su encanto. Sin la ansiedad de las jornadas anteriores, llegamos a Prailhac perdiendo el tiempo, entreteniéndonos con los cerezos del camino, visitando castillos y villas medievales, dejándonos embelesar por el aroma de la resina de pino. Al igual que la buena suerte hay que generarla, de nosotros también depende que este viaje merezca la pena. 

2 comentarios:

  1. Hala para adelante,

    Yo os leo vuestro viaje. Ya que yo no tengo el valor de hacerlo vosotros lo hacéis, sufris y disfrutáis por mi. Llorar por un gato que seguramente estará feliz en algún otro sitio con una preciosa gatita es síntoma de cansancio. Animo.

    LuisE

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  2. Aún en la tristeza transmitís alegría. No lo podéis evitar. Ánimo, la melancolía es algo pasajero.

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