martes, 20 de mayo de 2014

¿Cuándo volveremos?

    Se nos queda cara de tontos y no sabemos muy bien qué hacer. En Sangüesa nos habían dicho que el cámping de Lumbier nos saldría por unos 12 euros y, aunque nos parecía algo caro, habíamos decidido parar allí, lavar la ropa, darnos una duchita y permitirnos el lujo de levantarnos un poco más tarde, dejando secar por completo la tienda de campaña. Pero ahora el chico de recepción nos dice que son 20 eurazos. Nos duele en el alma gastar en una noche lo mismo que hemos empleado en una semana, pero estamos cansados y es ya bien tarde, así que la pereza hace el resto y aceptamos el desembolso. Al menos podremos quedarnos allí hasta después de comer, y así hacemos algo de tiempo, ya que hasta dentro de dos días no hemos quedado con nuestro anfitrión en Pamplona, que está apenas a 50 kilómetros. Para cuando dejamos atrás el cámping ya estamos convencidos de que no merecía la pena.



    Hacemos la tontería de subir una montaña empinada creyendo que por ese camino sería más fácil encontrar un lugar donde poder acampar y pasar la noche, que pronto deshacemos al escrutar un horizonte demasiado escarpado y un camino de tierra plagado de piedras. La lógica aplastante nos dice que cerca del río encontraremos un lugar mejor, de modo que deshacemos en diez minutos lo que hemos subido en una hora y estamos de nuevo en la carretera nacional. No pasará mucho tiempo antes de que el viento en contra gane una vez más la batalla y acabamos el día tras apenas dos horas de pedaleo. Al día siguiente llegamos a mediodía a Pamplona, terminando así la trepidante carrera en la que el caballo ganador es el más lento. En la capital navarra toca de nuevo esperar, nuestro anfitrión no llega hasta las diez de la noche y nosotros ya estamos comiendo en el parque del Arga a las dos de la tarde. Menos mal que la tarde es amena en compañía del rey de Sangüesa.

    Hemos vuelto con cierta nostalgia al lugar donde vivimos el año pasado. Estamos aquí para arreglar papeles que no se dejan solucionar fácilmente (la declaración de la renta por internet en Navarra es un invento del diablo) y Ángel nos deja quedarnos en su casa cuatro días hasta que lo logramos. El último día que estamos en Pamplona llega a casa de Ángel un japonés que quiere hacer el Camino de Santiago en bici, pero sin bici. Ha venido únicamente con un par de mochilas y tiene que comprar el resto, incluyendo alforjas, casco, herramientas. Debido a que Ángel tiene que trabajar, tenemos la suerte de rememorar tiempos pasados en los cuales éramos nosotros quienes dábamos cobijo a los viajeros, y guiamos a Tetsuya por la ciudad hasta nuestra tienda favorita, Bigarren Eskua (significa segunda mano en euskara). Allí fue donde entramos hace ya más de un año preguntando por un manillar de mariposa y acabamos decidiendo encargar un par de bicis nuevas para dar la vuelta al mundo. ¡Qué bien nos han tratado este par de hermanos!

Puerto de Artesiaga

    Después de este tiempo durmiendo en una cama calentita, nos cuesta ponernos otra vez en marcha: es el peligro de acomodarse en la civilización. Nuestra próxima meta es Ainhoa, o eso es lo que pensábamos. Cuando llegamos a Zubiri, miramos el mapa que nos han dado en turismo (que, por cierto, tardaremos un par de horas en perder). Ahí descubro que la forma más cómoda de cruzar el Pirineo no es por el camino de Ainhoa, y se lo comento a Gabriel, que creía que yo quería pasar por ese pueblo francés solo porque se llama igual que yo. Pero a estas alturas ya no vamos a deshacer el camino, ni mucho menos a pasar por la masificada costa, así que nos comemos toda la fruta que nos cabe en el buche y cogemos fuerzas para subir el puerto de Artesiaga. Al principio se hace tremendamente cómodo, apenas hay coches y el paisaje es de gran belleza. Pero el último kilómetro es demasiado duro para mí. El único record de resistencia que he podido batir en mi vida ha sido delante de un legajo del siglo XVI, no encima de una bici. Se nos ocurre la genial idea de usar una cuerda y un par de mosquetones para intentar atar ambas bicis y que Gabi me remolque. Error, casi nos vamos los dos al suelo. Así que, finalmente, Gabi hace los últimos mil metros dos veces, primero con su bici y luego con mi montura.

Gabi subiendo por segunda vez a la cumbre.

   La bajada hacia el valle del Baztán es una historia bien distinta. Nos dejamos caer durante un buen rato por una suave pendiente que nos lleva sin darnos cuenta (literalmente) hasta Elizondo. Allí habíamos quedado con Joseba. Llegamos muy temprano a su casa, nunca habíamos acabado una etapa a las seis de la tarde. Tocamos a su puerta y no está, pero no tenemos forma de avisarle porque no tiene teléfono móvil ni fijo. Esperamos un ratito, damos una vuelta por el pueblo y volvemos a su casa. Nadie. Echamos unas partiditas a las cartas y volvemos a probar suerte. Dos horas después sigue sin dar señales de vida y empezamos a preocuparnos, pensando que tendremos que buscar algún albergue en el pueblo para poder dormir. Cuando ya nos habíamos hecho a la idea, aparece por la plaza paseando tranquilamente con una amiga y nos pregunta si somos nosotros. Le habíamos escrito tal juego de cábalas que le habíamos hecho entender que llegaríamos al día siguiente. Pero aún tuvimos tiempo para disfrutar de una cena muy agradable, con una interesante conversación regada con la rica sidra del Baztán. Joseba nos ayuda a trazar la ruta que nos llevará a cruzar a Francia. Tenemos la duda de si será mejor subir el puerto de Otsondo o será menos duro el de Izpegi. Sobre el mapa se llevan pocos metros de altitud de diferencia, el de Otsondo parece una línea casi recta pero el de Izpegi es una serpiente con artritis. En la oficina de turismo nos habían asegurado que Izpegi podía ser un infierno para subir con la bici, pero es la opción que nos recomienda Joseba. Y así seguimos añadiendo conocimientos a la lista de lecciones: "no te fíes de la descripción de un puerto hecha por una persona que solo lo ha subido en coche". Ciertamente, Izpegi es un puerto para subir motorizado lentamente, con demasiadas curvas y muy poca visibilidad. Pero es una delicia para la bici, con una pendiente muy accesible que se hace poco a poco sin un esfuerzo sobrehumano.

Elizondo desde la ventana de Joseba

Puerto de Izpegi

Lentamente llegamos a los 690 metros del puerto de Izpegi, que en francés se dice 670 (sic) metres de col d'Ispeguy. A un lado se abre un valle navarro y al otro, cae Francia. 20 días y 800 kilómetros después, decimos adiós a España dejando una pregunta en el aire: ¿cuándo volveremos?

Y más allá, Francia


1 comentario:

  1. Como sigáis dando tantas vueltas ( 800km para una ruta de unos 200) vais a necesitar tres o cuatro vidas para dar la vuelta al mundo. jajaja un abrazo desde Logroño
    Javier

    ResponderEliminar